De España heredamos una cultura frívola que permea todo nuestro accionar.
En el momento del descubrimiento, se habían unido dos reinos; el de Castilla, gobernado por Isabel La Católica, y el de Aragón, por su esposo Fernando.
En esos momentos la corona española no tenía mucha liquidez, ya que Isabel La Católica había dedicado todos los recursos para combatir a los musulmanes, a los llamados moros. En la historia sentimental que nos enseñaron siendo niños, se cuenta que Isabel La Católica se vio precisada a empeñar sus alhajas para financiar la empresa de Colón. Hoy sabemos que los prestamistas judíos asentados en España financiaron el proyecto.
La doctrina económica que prevalecía en los países colonialistas era el mercantilismo. Se planteaba que una nación era rica en la medida en que atesoraba grandes cantidades de recursos, principalmente de metales preciosos. De ahí la ambición de España de sacar grandes cantidades de oro y plata y explotar a los indios primero y a los negros después, para llenar sus exhaustas arcas.
Como resultado de las guerras, la corona se veía precisada a buscar ayuda de personajes ilustres que les facilitaban sus agricultores y empleados para combatir en las guerras contra los moros.
En agradecimiento, los reyes otorgaron títulos nobiliarios a esos grandes señores feudales que enviaban ejércitos a pelear, bajo el mando de la corona. De ahí vienen los títulos nobiliarios tales como conde, vizconde, marqués, duque, barón, señor, etc.
Eran decretos que se otorgaban a personajes para que tuvieran poder de la tierra y las personas en una determinada región. Como resultado, se creó toda una cultura en la que cualquiera aspiraba a tener un título de esa naturaleza, otorgado por la corona. Es decir, tener status social no significaba tener un sistema de producción rentable, o una buena preparación académica o profesional, sino contar con el beneficio de un decreto real.
De tal manera permeó nuestra forma de pensar, que hasta en las llamadas “novelas enlatadas” que recibimos, había casi siempre la lacrimógena historieta de una muchacha “de familia” que estaba perdidamente enamorada de un pobre muchacho, pero esta relación era tajantemente rechazada por sus parientes más cercanos porque el pretendiente era un plebeyo. De repente, un ama de llave, un tío o un pariente del infeliz pretendiente se encontraba en el fondo de un cofre un título en el que supuestamente se demostraba que éste era tataranieto o requetetataranieto de un conde, marqués o duque, y que por tanto él era un legítimo reclamante de ese derecho.
La novela concluía con la feliz unión de una joven con un duque, marqués o conde detentador de grandes cantidades de tierra y empleados, gracias a que por linaje le correspondían esos privilegios.
Obsérvese que en esas historietas, los protagonistas no lograban sus sueños por el trabajo y el esfuerzo personal, porque tenían un sistema de producción para generar riquezas, o mediante la superación académica, sino gracias a “que se sacaron la loto” con un título nobiliario.
Todos sabemos que existían círculos sociales a los que no entraba la gente del pueblo, sencillamente porque el status lo definía prejuicios sociales más que económicos.
En la primera parte del siglo XVI hubo una industria azucarera que cayó porque a España no le interesaba que sus colonias comercializaran con los países en guerra, y cualquier negociación que se hiciera era a través de la Casa de Contratación de Sevilla, y dado el sistema económico que existía, la creación de riqueza mediante la producción no era parte de su agenda.
Después de la caída de la industria azucarera, los principales personajes de la Isla de Santo Domingo fueron los hateros. Las devastaciones de Osorio aminoró el poder de los hateros, y luego el siglo de miseria terminó arruinando a los dominicanos que se quedaron en la Isla. Sin embargo, siempre hubo un segmento de la población que se consideró de clase superior aunque carecieran de medios de producción, por la cultura hispánica heredada.
Hoy en día la situación se ha agravado. Un país sin industria, con una pobreza que crece cada día, sin posibilidad real de que haya un cambio a corto plazo, ha creado una cultura de lo fácil que se ha apoderado de la forma de pensar del dominicano.
Una gran cantidad se engancha a político para ser importante por el decreto, no por capacidad. Como acontecía con la corona, hoy reclaman yipetas, guardaespaldas, altos salarios, pasaportes diplomáticos y otras sinecuras.
Otros cifran sus esperanzas de cambio jugando la loto, el palé, la caraquita, el tripletazo, y no sé cuantas otras cosas más. Anidan un cambio en su vida, mediante “un palo de suerte”.
Por eso hay tantas bancas a nivel nacional. Una gran cantidad ingresan a los negocios ilícitos y oscuros, a la prostitución en todas sus manifestaciones, al macuteo, “al dáme lo mío y conmigo no te metas”, entre otras cosas del llamado bajo mundo.
Muy pocos piensan en el esfuerzo personal y colectivo para avanzar. En la superación mediante los estudios y el trabajo. Ese no es el referente de esta época.
Mientras tanto, los sectores fácticos que deben luchar para cambiar esa forma de pensar del dominicano, refuerzan y apoyan esa conducta cuando patrocinan slogan, consignas y expresiones de la conducta frívola que nos caracterizan como sociedad.
Así vemos por ejemplo composiciones musicales pegadas en los medios de comunicación masivos, tales como “caramba, caramba ya viene el lunes… Me duele la cabecita, me duele la cabecita”, en la que un borrachón se lamenta de que llegue el día de trabajo y prefiera seguir bebiendo ron.
O aquella otra composición contagiosa que dice “yo no soy médico, ni abogado, ni tampoco ingeniero, pero tengo un swin, que muchos quisieran tener”. O sea más vale “el cuadre”, el allante, que la preparación profesional.
Y qué decir de aquella que se ha mantenido pegada y que dice : “que mujer tan chula, aee, esa que yo tengo, aee, que siempre me da, aee, to’ lo que me bebo, aee. Yo soy el que la muerde en la cama, la chica está desacatada, aeee, iiiiiiiiiiiii. El típico chulo dominicano.
En este reforzamiento de la conducta ligth del dominicano, se suman los padres y profesores, que debieran preocuparse de manera fundamental por la formación, más que por la precaria información que transmiten, principalmente en las escuelas públicas del país.
Por eso en los estudios que se han hecho, se ha puesto de manifiesto que el dominicano se siente desamparado y no vislumbra metas futuras que pueda cambiar la situación del país. Por eso hay una clase política que se aprovecha de la situación aunque a mediano plazo le haga daño al país, y fomenta un clientelismo a todos los niveles muy perjudicial, a una población que se siente sin horizonte, y a una clase media que desesperada quiere treparse antes de quedar abajo, y que razona de manera impotente “total, todos son iguales, déjame coger lo mío. Me importa quién gobierne”.
Pero lo peor de todo. Que esto se mantenga indefinidamente, hasta que llegue el día en que no podamos continuar como nación por la ausencia de un proyecto común.
En el cuento de Alicia en el País de las Maravillas, que es un relato esotérico, hay un pasaje que dice : “Si no sabes a dónde vas, no sabes qué camino tomar”.
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